Grandes lugares

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No hace falta irse muy lejos para retratar lugares preciosos. Y es que en la cotidianeidad esta muchas veces lo que necesitamos para captar una imagen que sea capaz de transmitirnos algo.

Durante las fiestas de navidad pasada, decidí viajar y reconocer las playas de nuestra costa. Siempre fui una que otra vez, sin tiempos y siempre pienso que debería hacerlo más porque tiene lugares que merecen la pena.

Pero en esta última ocasión quería ver las playas engalanadas de la Navidad, sentir el frío del mar recorrerme y no olvidarlo cada instante en los pasos que iba enterrando.

Ver las luces de la ciudad reflejadas en las vidrieras decoradas y ambientadas con mucho amor. Ojear aquellos mercados navideños que están exclusivamente para estas fechas y deciden tirar la casa por la ventana para que así el cliente pueda disfrutar de llevarse todo lo que desea.

Allí precisamente, en esas calles esta algo que de alguna u otra forma me traslada a mi niñez, a los paseos de la mano con la familia, las largas y oscuras tardes de la ciudad de Barcelona.

Siempre he creído que viajamos muchas veces sin darnos cuenta y es tan solo que deberíamos cerrar la puerta de casa y salir simplemente a disfrutar de nuestras ciudades y pueblos.

La distancia y la lejanía son conceptos atractivos para todo viajero que se precie, hasta diría que una droga.

Pero lo mas bonito de cada viaje, es darse cuenta que prácticamente a la vuelta de la esquina hay un viaje esperándonos, un momento entrañable que nos compense durante todo el día.

Al final, esas escenas de toda la vida, aquellos olores a frutas del mercado, cuando te perdiste en aquel callejón, caminaste y corriste sin parar por esas arenas finas rodeadas de olas o simplemente las calles que rodean la plaza principal, es lo que terminaremos recordando para siempre.